A través de un modelo de participación activa, constante y profundamente arraigado en la realidad de sus residentes, estas comunidades han marcado un precedente organizativo para Puerto Rico.
La participación ciudadana ha sido, desde el inicio, la columna vertebral del desarrollo integral en el Caño. No es una herramienta adicional: es el cimiento. “La participación es lo que le ha dado forma al proyecto entero”, afirman integrantes del proceso.
“Cada decisión, cada proyecto y cada visión de futuro se construye desde la propia comunidad, con metodologías de educación popular que permiten identificar problemas, establecer metas comunes y evaluar continuamente los logros”, expresa Mariolga Juliá Pacheco, directora de la Oficina de Participación Ciudadana y Desarrollo Social del Proyecto Enlace del Caño Martín Peña.
La clave está en que la comunidad no solo participa, sino que diseña y evalúa cada paso. Para facilitar ese involucramiento, se recurre a herramientas lúdicas como juegos, música, cortometrajes y dinámicas en grupos pequeños. “Así se provocan conversaciones profundas y se construyen consensos que terminan en una pared sólida, como cuando se trabaja un proyecto de construcción”, explica Juliá Pacheco.

Liderazgo con causa y visión de país

Los líderes comunitarios no son impuestos ni seleccionados por jerarquías externas. Son elegidos por sus propias comunidades, a través de procesos transparentes que incluyen postulaciones, nominaciones y voto secreto. “Se busca un liderazgo con causa común y visión de país, gente con compromiso y dedicación”, recalca Juliá Pacheco. “Personas que prioricen el bien colectivo sobre el personal.”

Además, se promueve activamente el relevo generacional. Desde temprana edad, niños y jóvenes se integran a procesos de liderazgo, asegurando la continuidad de esta cultura organizativa. Programas como Líderes Jóvenes en Acción (LIJAC) son ejemplo de cómo se cultivan nuevas voces con potencial de transformación.
Cada una de las ocho comunidades cuenta con su propia junta comunitaria, que actúa como el corazón organizativo local. Estas juntas son responsables de coordinar asambleas, validar decisiones, promover procesos de rendición de cuentas y garantizar que la participación sea amplia, representativa y constante. Una Asamblea General del G-8, que integra representantes de todas las juntas, permite articular temas transversales y mantener una visión común de desarrollo.

Lecciones valiosas y un futuro sostenible

Como todo proceso vivo, el G-8 ha enfrentado desafíos y aprendido grandes lecciones. “Es importante entender que la comunidad es cambiante y hay que moverse con ella. Lo que es importante para los residentes hoy, puede cambiar mañana. Por eso tenemos que ser flexibles y facilitar los procesos. Para nosotros ha sido clave el contar con personal especializado en conducta humana y trabajadores sociales comunitarios. Esto nos ha permitido trabajar con adaptabilidad y apertura de mente para poder guiar a la comunidad, servir como mediadores, explorar múltiples escenarios y definir nuevas rutas, teniendo siempre todas las posibilidades sobre la mesa”, concluye Juliá Pacheco.

“Se busca un liderazgo con causa común y visión de país, gente con compromiso y dedicación”, recalca Juliá Pacheco. “Personas que prioricen el bien colectivo sobre el personal.” 

Mirando hacia adelante, el G-8 se prepara para seguir avanzando con estructuras sólidas y pensamiento a largo plazo. Dos entidades independientes acompañan este proceso de forma permanente, asegurando que la visión no se pierda en el tiempo.

Lo que garantiza la sostenibilidad no es solo la estructura, sino la mentalidad de una autoevaluación constante. Así, el G-8 continúa consolidándose como un modelo vivo de organización ciudadana, donde la justicia social no es solo una meta, sino una práctica diaria.